domingo, marzo 14, 2004

Y éste es el último ejercicio, aquí las metáforas de algún modo cobran más vida que una simple frase.



Las aventuras del Subcomandante Huarache. Capítulo Dos

Ya tenía dos meses de estar de asistente cuando conocí a Rosita; la paisanita más morenita, chaparrita y bonita que se puedan imaginar.

-Ándele Huarache, háblele a Rosita- me decía el comandante Tacho – yo pensé que bateaba pa´l otro lado, como lo veía muy juntito al Sub.
-¡No, qué pasó mi comandante, si a mi me gusta mucho la Rosita

Era martes y llovían perros y gatos; tenía que esquivar a los chihuahueños, pequineses, cocker, gatos persas y siameses. Estaba medio peligrosón salir de casa. Después de pensar un rato me decidí a ir por Rosita. Me recibió alegre en su casa, me preparó una sopita y un mole que si tuviera dos panzas, las lleno. Terminando de comer la invité a dar un paseo y no quiso ir.

- Es que está lloviendo Huarache, nos vamos a mojar –

Se hacía la difícil, pero no hay tarea imposible para el Sub Huarache. Pasó el tiempo, Rosita me latía más y más, pero no me hacía caso. Me traía babeando y azotando las banquetas. Ya estaba medio jodido de tanto golpe y Rosita nomás se hacía la que no veía.

Dejó de gustarme, bueno no, pero eso de babear toda tu ropa no es muy agradable. Ya me decían el Huarache caracol, porque dejaba un rastro de baba por donde pasaba. Me fracturé una pata y me rompí dos costillas, me azoté con un árbol y me estrellé en una casa.

Otra vez era martes, o eso creo, pinches zapatistas, ni hay calendario aquí. Y otra vez llovían perros y gatos, ya estaba harto, difícilmente podía caminar y difícilmente podía salir a la calle sin babear y resbalarme con mi charco para después caer por el barranco. Decidido, salí a buscar a Rosita para decirle que si alguna vez quise algo con ella, hoy ya no. Cojeé hábilmente zigzagueando entre los galgos y labradores que caían del cielo. Me quité con el brazo a un gato montés que venía directo a mi cabeza y vi a Rosita como a dos metros de mí.

— ¡Huarache, qué te pasó!
— Pues por tu culpa Rosita, ando todo menso
— Ay pobrecito Huarachito, si yo te quiero mucho
— ¿De veras Rosita?
— Sí, ven acá.

Me acerqué a ella, en medio de la calle, cojeando, para darle un beso, cuando un enorme san bernardo me cayó encima.

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