Llevábamos un mes, o un año, o no sé cuánto tiempo en este pueblo lleno de changos, perros y chacales encapuchados fumando marihuana. Los días pasaban y mi lengua estaba harta de los champiñones que nos daban y el molito rojo con pollo transgénico. Un día de esos en los que el sol toma su ametralladora y juega tiro al blanco con nosotros mi lengua decidió salirse de mi boca. Armándose de saliva, se envolvió en una manta de servilleta blanca y negra y se puso en huelga afuera de la cabañita del Sub, en demanda de nuevos y mejores sevicios alimenticios.
El sub, preocupado por el bienestar de su comunidad, trató de hablar con la lengua y, ante su actitud resbalosa y sus negativas acudió conmigo y me dijo una de esas frases que le dice un comandante a su discípulo y que quedan en los libros para siempre:
"Venimos a las montañas a buscar la patria y la paz, y tu pinche lengua le está dando en la madre a lo poquito que llevamos del pueblo este"
Me disculpé con el sub y de inmediato me decidí por atrapara a la lengua de una buena vez, pues su movimiento cobraba fuerza, se le habían unido uno que otro pulmón ahumado, un hígado, dos páncreas y un intestino viejo y retorcido. Pensé que no aguantarían mucho tiempo ahí, por el Sol asesino, pero supieron acomodar bien su tienda en la sombra.
Salí con mi pasamontañas y mi siempre fiel pala panteonera para marear a la lengua y su séquito y devolverla a mi boca. Fue inútil, nunca creí que mi lengua fuera tan hábil y tan persuasiva. Me distrajo con discursos Neo Socialistas, me contó los resultados del fut, me ofendió y esquivó cada uno de los palazos que tiraba. El sol disparaba como misiles de bazuca sobre mí y no tenía más remedio que terminar mi duelo y volver al día siguiente.
No había más que decir, me preparé en la fortaleza de Rosita, me preparó purés, gelatinas, mus, batidos y demás platillos que no involucraran mi lengua. Me armé con un rifle con mira láser, un tirafichas coreano, un mataperros orgullosamente nacional, algunas granadas y un lanzallamas.
LLegué al lugar de la batalla, el sub observaba atento y serio desde su hamaca tomando piña colada. Tacho dramáticamente tiró sus churrumais al bote de la basura, miré fijamente a la lengua, ella se postró firme como cuando pruebo chiles jalapeños. Gritó "Huarache", yo intenté decir "Lengua", pero como está frente a mí no se entendió ni una letra. El sub tomaba piña, Tacho corría por otra bolsita de Churrumais, Rosita miraba fija mi mano, miré el lanzallamas, pensé "Si quemo la pared del sub me toca lavar su baño todo el mes. Levanté rápidamente el tirafichas con una munición especial, con una red, que pondría fin a la huelga anatómica. Preparé una trampa en caso de que fallara, dientes halcones esperaban en los techos de las cabañas anexas dispuestos a lanzarse a morir contra la lengua. Miré fijamente a la lengua, disparé una ficha aplanada de Coca cola laijt contra la lengua, no parecía querer esquivarla, justo cuando la iba a impactar, el sol disparó una de sus ráfagas sobre la ficha, cargándola de energía y chamuscando a mi lengua. Se retorcía y maldecía al metal y al sol, sonreí, junto con todos en el lugar hasta que como un rayo ultravioleta pasó por mi mente una sola frase: "¿Las lenguas tostadas, todavía sirven?
lunes, junio 14, 2004
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