jueves, febrero 09, 2006

Qué hubo pues, mis entrañables amigos, sé que este blog ha sido muy ingrato con su constancia, pero prometo firmemente que les tendré textos mucho más seguido, mientras, ahí les va uno que ya leyeron; el capítulo dos de las Crónicas del Microbús, ojalá lo disfruten tanto como yo. Para todos ustedes, Las Comadres

Capítulo II
Las Comadres
Por José Antonio Sánchez Cetina

Era martes, creo. De lo que sí estoy seguro es de que llovía a madres. Luego pienso que cuando llueve es porque los ángeles o lo que sea que haya arriba están de ociosos y se ponen a escupir, pero como son un buen, pues caen chorros de gotas. Ora si fuera de allá abajo pa cá nos tocaría más ¿no? El chiste es que ahí iba yo en el micro con toda la gente con cara apachurrada, como que el agua les baja el ánimo. Los changos y yo veníamos cabeceando y mejor me recargué en el vidrio pa´ no pegarme luego.

Total que pa´ no quedarme dormido me puse a ver qué hacían los demás en el micro, afuera no había nada; cuando llueve, todos como ratitas se meten donde pueden. A los que les toca si les va en serio; hay unos que hasta traen unas bolsas con mangas y gorro y todo pa´ cubrirse, se ven bien chistosos. Ya los que no pues se cubren con un cartón o con la mochila o con lo que encuentran.

Tons el micro iba despacito, recogiendo gente en cada esquina, todos mojados hasta las chanclas y los changos pues nomás se reían de ellos.

- ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­Ora, esténse quietos, no sean manchados con la gente.
- Pus es que se ven rete chistosos así mojados
- Ches changos burlones, luego que les caiga no se van a reír tanto.

Los calmé rápido y seguimos viendo más tranquis a los que se subían. Tons se subieron dos señoras gordas, las dos con su delantal y medio mojadas. Se sentaron un lugar enfrente de mí. No es que sea chismoso, pero hablaban muy fuerte y escuché lo que decían. Primero que los hijos, luego que la comida, el dinero y todas esas cosas de las que hablan las señoras gordas. Ya al final empezaron a hablar de los maridos, ahí se puso chida la historia.

- Pus si comadre, pero qué vamos a hacer,
con todos estos chamacos, ta´ difícil - dijo la más gorda.
- ¿Y su viejo, todavía no encuentra chamba?
Le respondió la otra.
- Uy comadre, deje le cuento la última que me hizo-
- Cuénteme comadre –
El otro día, llegó tarde a la casa, con un pedo, que yo creo vació la cantina. Y que empieza a gritar el muy cabrón, y que le digo “cálmate viejo, que ya se durmieron los chamacos”, y que me dice: “Quiero tragar” y que le digo “si ni pa´l gasto trais” y que me voltea a ver bien feo y me grita “hazme una pancita re picosa y no alegues “. Más calmada le dije “es que ya es tarde, ya no hay comida”. Aun así comadre, que se enchila, se saca el cinturón y ¡madres!, y que me tira –
- No me diga comadre –
- Pos si le digo comadre -
- Y luego comadre, ¿qué más pasó? –

-Entonces, ya toda fastidiada, pus pensé “éste no me vuelve a hacer la de la otra vez”. ¿Si se acuerda no comadre, de cuando traía mi ojo todo negro, como perro no? Pus desde esa vez andaba yo lista pa´ que no me recetara otra vez y que le saco el cuete que me dio mi hermano Arnulfo, y que se espanta, y que agarra una botella, y que me le acerco, y luego…

¡Mocos! Sentí un golpe bien cabrón, que hasta los changos fueron a dar por donde estaba el chofer. El muy güey se quiso ver hábil pa´ rebasar un carro y se embarró con otro. Todo enojado nos bajó del micro en medio de la pesera. Los changos se levantaron y todos adoloridos se bajaron conmigo y con toda la gente. Las señoras no tomaron la micro de atrás, se siguieron caminando para adentro y que me dicen los changos “síguelas, hay que ver qué pasó con el ese güey borracho”. Nanai que, capaz que se espantan y todavía trae el cuete y me despacha. Mejor nos fumamos el final, ¿no?, “Pus nos los fumamos” me dijo el chango más viejo, y me prendí un gallito.

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