martes, febrero 28, 2006

Capítulo IV
El maistro
Por José Antonio Sánchez Cetina

Ese día era un… jueves, sí, lo más seguro es que sí. Lo que pasa es que nunca he sido bueno para recordar días. La cosa es que salí temprano de mi jaus para comprar una bolsita de café, porque la semana que había pasado los changos y yo nos metimos unos churros que parecían puros, me cae. Tons me había acabado mi dotación de pasto y fui a comprar ahí, a Santa Julia, con la misma doña de siempre. Ella te la vende a buen precio, sin mancharse, bien pesadita, casi sin basura. Nomás hay que quitarle dos que tres tallitos y es pura de la buena. Además cuando casi nadie tiene, ella siempre está bien surtidita, quién sabe cómo le hará la ruca esa. Yo a lo mejor me hubiera esperado, pero los changos estaban muele y muele “Saca la bacha mi buen, ya nos duele la tatema” y pues como se ponen muy molones fuimos luego luego a surtirme.

Me subí al micro que se va toda la México Tacaba y me bajé por San Cosme, tons ya me metí unas calles y llegué en corto al barrio. “No manches, ya en todos lados andan construyendo chorros de edificios”, dijo uno de los changos que apenas se despertaba y se estaba rascando las orejas. “Sí, la gente ya no encuentra dónde establecerse y por eso recurren a las unidades habitacionales reducidas, que tarde o temprano alteran el equilibrio del lugar; el agua y otros servicios escasean hasta agotar la localidad”, le contestó el chango más viejo. Ése apareció cuando yo, morro, como a los trece me prendí mi primer gallito. Desde entonces no se ha ido, ya le salió barba de viejito y todo el pelo se le puso clarito, pero habla bien acá, todo chido y farolón, es como el papá de toda la bola de micos que me acompañan. “Y se arma el requete desmadre ¿no?, le preguntó otro chango. “Así es”, dijo el chango abuelo. “No seas güey, se dice: Por el chingoputamadral de gente que le cae a la colonia se arma la megachingagresca incontrolable”, les dijo riéndose otro chango que es bien escandaloso. “Bueno bueno ya párenle monos, ya casi llegamos a la casa de la ruca del café”. Les dije y los aplaqué a todos, o yo creo que sus ganas de un pasón eran más fuertes que discutir cualquier chingadera. Pero pus lo cierto era que ya mero llegábamos y cuando compras mota lo mejor es entrar y salir lo más volado que se pueda, no vaya a ser la de malas. Pero antes de la casa de la ruca estaba una obra bien altota, pero pus apenas empezaban, habían chingos de albañiles ahí dándole. Esos güeyes se la saben bien chido pa´ los albures y pa´ cotorrear a las chavas. Luego les aprendes buenas frases, además si vas en la baba nomás oyes cómo le gritan a alguien y ya volteas a ver si está bien la chica o no. Luego son re manchados con las chavitas que van solas, pero se las ingenian para sacar unos piropos chidos.

"Con esas tortas no me alcanza pa´los chescos” Oí que gritó un güey de un piso alto. Tons luego luego los changos y yo volteamos pa´ ver a quién le gritaba y no vimos ni maíz, pensamos que se había metido a su casa la chava a la que le gritaron. Luego se escuchó otro más: “En ese bolillo sí embarro mi mantequilla” Y otra vez volteamos pa´ ver a quién le gritaban. No había nadie en la calle. “Chale, han de ser fantasmas” dijo un chango medio nervioso”. “Ya, no sea puyeye, vamos a ver a quién le habla, pérate tantito”. Me di la vuelta, caminé pa´trás; así quien quiera que fuera la que se metía corriendo la veríamos en corto. “Con esas tortas y una fanta, hasta mi…” No mames, me estaba viendo a mí el pinche albañil. “Es puto” gritó un chango. “¿Es a mi güey?” Le grité con la voz más de machín que me salió “Ni modo que a quién paparrón” Chíngale, sí era puyeye. Me puse bien nervioso y nomás empecé a caminar pa´trás, pero en eso que el puñal ese se baja de donde estaba y me empieza a perseguir. Ahí los changos y yo emprendimos la graciosa huida.

“Córranle monos, porque este güey al que agarre se lo enchufa” les dije bien apurado, corrimos un buen, nos olvidamos de los churros, de la ruca, de Santa Julia, nomás nos importaba seguir corriendo y fruncir el seño. Pero el maestro puñal corría bien rápido y no se cansaba.

“Cuando corres te ves más apachurrable gordito” Gritaba y más miedo nos daba. Los changos sudaban un buen, venían bien cansados; de siempre andar pachecos no tenían mucha galleta. “Me alcanza güey, me alcanza, ayúdame” Dijo el chango que venía hasta atrás. “Ni madres, capaz que orita me le acerco, me da un fierrazo y luego sabrá dios qué me hace, mejor métele turbo”. No saben lo cabrón que es tener un güey atrás que va sobre tus huesitos, neta que si hubiera sido un ratero si me lo descuento de frente, pero con un albañil que aparte es joto uno nunca sabe.

Tons ya el chango más abuelo y yo pensamos bien, dimos vuelta en una calle, nos pegamos a la pared, los demás changos se siguieron corriendo y cuando el maestro dio la vuelta le metimos la pata. Hasta allá fue a dar el güey, como traía vuelo sí se metió un buen madrazo, nomás se quedó ahí tirado. Los changos y yo pa´ asegurarla nos subimos luego luego a una pesera de rebote a la casa. Ese día ninguno me pidió un gallito, todos se jetearon y al día siguiente compramos en otro lado.

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