lunes, septiembre 18, 2006

Sí , si , lo sé ,tiene meses que no entro al blog, el pobre estaba ya moribundo. Pero no! Fíjense que se siente re bonito ver que en el Chatter box aparecían todavía mensajes pa que siguiera posteando los cuentos, eso justamente fue lo que me animó a seguir dándole. Lo que pasa es que la escuela y al banda me cerraron el tiempo pal internet, pero prometo trabajarle en las noches pa subirles cuento cada que pueda. Gracias por sus visitas, les dejo un capítulo, no changuil, pero igual de sabrosón, buena vibra!


Capítulo IX
Vidrio y Dinero

Ayer granizó; cayeron pedazos de hielo como si fueran raspados. Sin embargo, un sol implacable dispara a diestra y siniestra sus rayos sobre esta ciudad hecha de nada. El colectivo, fabricado en su totalidad en lámina verde intensifica el calor y hace del transporte una cámara de vapor humano. De repente, todo me empieza a dar vueltas, siento más y más calor. Luego un sudor helado baja por la nuca y se va hasta la mitad de la espalda. Pinche horno de pesera, como si no fuera suficiente con el tráfico. Parpadeo y cuando abro los ojos no puedo ver nada; me inunda la cabeza una marea de miedo, en una ciudad como esta cerrar los ojos un minuto puede ser la diferencia entre tener cartera o perderla. No me queda más que aferrarme a mi mochila, meter mi mano en la bolsa y actuar lo más normal posible, por si las moscas.

Pasan los minutos y yo sigo sin poder ver; comienzo a desesperarme y una parte de mi hace un intento inútil por tranquilizarme pensando en otras cosas: recordando el nombre de la medicina que me dio el doctor y cada cuándo me la tengo que tomar, pero es inútil.

Un movimiento ágil del microbús, que por mi amplia experiencia en los viajes juzgo que es un rebase, provoca que mi cabeza salga disparada contra el asiento frente a mí. Una señora, deduzco ahora por su timbre de voz, se asusta y me reclama por tan desagradable contacto. Parpadeo frenéticamente y al fin empiezo a ver figuras grises rodeadas por una niebla espesa. Giro mi cabeza hacia fuera de la pesera: ahora veo una canica gigante y luminosa, me deslumbra y bajo la mirada: puedo ver de nuevo. Pido perdón a la dama esquivando certeros golpes con su bolso. Sigo pidiendo perdón y los bolsazos disminuyen de intensidad hasta que se calma y por fin acepta mi disculpa.

Ya no veo al hombre del sombrero.

Cuando veía sombras estaba parado junto al chofer, no pude verle la cara, pero recuerdo perfectamente el sombrero amplio y negro. No se pudo haber bajado; el microbús no se detuvo ni un momento. Tampoco pudo haber saltado: hace falta tener valor y un cuerpo completamente de hule para saltar de un camión como este a una velocidad considerable en el tercer carril de Mariano Escobedo y salir ileso.

Pero ya no está, y afortunadamente la señora del bolso se asustó un poco más al verme como alucinando en el pasillo del microbús donde no había nada. Así que mi apariencia de “chamaco grosero y drogadicto”, palabras de la señora, me salvó de la furia de su bolsa.

Debe ser la medicina: esas pastillas rositas para calmar el dolor de la pierna. Después de lo del poste, la visita al doctor y el coctel de siete píldoras cada cuatro horas todo es muy extraño: ojos rojos, sueño, cansancio. Pero esto de la ceguera temporal es nuevo. Alucinaciones no, estoy seguro de que en ese hueco había un hombre. ¿Un fantasma?, en el día, en México y en un microbús, creo que no. Ya se fueron todos, La Llorona y las momias de Guanajuato, así como los vampiros y las brujas ya no residen en México. Digo ya no, pues hace tiempo el Santo se encargó hábilmente de darle su merecido a cuanta criatura extraña se presentara.

Nadie más parece haberlo visto, y suficiente mala reputación ya tengo en este móvil como para preguntar a alguien si vio lo mismo que yo.

La señora ya se calmó por completo y saca de una bolsa de plástico una torre de Tupperware. Dentro de cada cuadrito hay trocitos de melón, galletas María, lechuga de color amarillo marchito y dos salchichas bien fritas.

-La comida del campeón- dice el niño sentado junto a mí y se echa a reír.

Lo miré y sonreí con él. Después miré de nuevo la torre de recipientes; “Suerte que no me golpeó con esa bolsa” digo en voz baja al niño. Los dos reímos de nuevo. Siento un poco de confianza y me atrevo a preguntarle al pequeño:

-¿Viste hace un momento al hombre junto al chofer?
- No, solo vi a la señora golpeando tu cabeza- Ríe de nuevo y no para de hacerlo por un buen rato-

Ahora su risa aguda me incomoda un poco, me molesta estar sentado, me molesta la señora, detesto este microbús, me fastidia el calor y las vueltas y otra vez no puedo ver nada, ¡carajo!. Trato de actuar normal de nuevo; el niño no se da cuenta de mi pérdida de la vista, trato de calmarme. Parpadeo rápidamente y esta vez la vista vuelve más rápido, ¡Ahí está!

-¿Lo ves?- le pregunto esperanzado al pequeño.
-¿a quién?
- Al hombre, el de sombrero negro
- No veo a nadie con sombrero.
-Este ya está alucinando otra vez- dice la señora con un tono peligroso. Levanto mi mano por si la señora tiene energía suficiente para pegarme de nuevo. No sucede así. Recupero mi vista y ella se me sonríe, no entiendo por qué. Busca algo en su bolsa y me lo da. Me dice algo con voz amable, que de todos modos no entiendo no entiendo y después vuelve a sonreír. “Mejor me bajo antes de que pase otra cosa” pienso, me levanto y me acerco a la puerta.

- En la esquina, por favor- le digo con voz alta al chofer mientras me quedo mirándolo, porque justo junto a él vi al del sombrero. Mantengo mi vista en él intentando explicar la aparición, pero nada. Me quedo confundido.
- Órale mono, qué me ves, no me digas que eres desos que batea pa´l otro lado, de los que les gusta que les empujen los frijoles, ándele, yá bájese antes de que lo baje yo mero

Doy un brinco fuera del microbús. Ya en el suelo pienso en lo que dijo el chofer y como un reflejo levanto la mano y le arrojo una manzana que no se qué hacía en mi mano. El proyectil hace reventar en mil pedacitos una ventana del móvil. Todavía no tengo idea de por qué vi al hombre del sombrero, pero bateando de ningún lado, mejor lanzando al microbús y mejor camino a casa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

a ver, ¿y las vacaciones?
no posteaste nada en las vacaciones
¬¬
puros pretextos...

José Antonio dijo...

tZZ , no , ahí si ni pretextos hay ,pero prometo postear seguido seguido ahora, de veritas, nomás no se vayan a ir, un abrazo, gracias por la visita, vibra positiva!!!