martes, noviembre 21, 2006

Ahí les va la voladora (sin albur)

Cómo ven, que ni tardo ni perezoso , jaja, les posteo orita mismo el capítulo siguiente de las siempre graciosas Crónicas del Microbús, su ración de esta semana. Los changos se fueron de puente así que no aparecen en este, pero espero les guste igual. Abrazos, buena vibra, salud!

Capítulo XI
Anfetaminas molidas, tamaño ideal, o pura medicina

“La vida no vale nada, no vale nada la vida, solo muerte se respira en este basurero lleno de asfalto y máquinas. El campo era lo mejor, la vida era tranquila, todo era trabajo limpio, me dedicaba a correr, a avisar sobre emergencias, a proteger a los míos. Ahora ya no queda nada de los míos, mi padre murió en una tormenta, no tenía donde esconderse del agua implacable. Mis hermanos se fueron perdiendo en este laberinto, o se iban a otras ciudades a buscar mejor suerte. Mis amigos fueron capturados uno a uno, y yo estuve en cada una de esas cacerías, primero nos perseguían, nos arrinconaban, y después, como animales tomaban a mis compañeros por el cuello, los metían en esa máquina con ruedas y se iban rápidamente. No supe más de ellos.

Dejé a mi pareja después de que tuvo a los pequeños, era insoportable llegar a ese montón de cartones que llamamos casa, sin un trozo de carne siquiera. Y me fui, junté todo lo que tenía, robé comida suficiente del restaurante cerca de nuestra casa y la arrinconé muy bien, y un día salí y dejé una nota junto a la basura, buscaré mejor suerte y volveré con ustedes.
Y no volví y no volveré, ya no, quise mejorar las cosas, busqué empleo, como vigilante y guardián, nadie apreciaba mi trabajo.

Miraba de vez en cuando a otros en sus casas grandes, a salvo de la lluvia, con un plato de comida siempre a la puerta. Qué error tan más grande de la naturaleza, que nos permite mirar a los que estamos abajo a la gente de arriba.

Hoy no importa nada, ni que no me haya aseado en meses, y que huela a putrefacción y muerte, ni que me hayan golpeado y pateado hace un par de horas, ni que cojee y corra de todo aquel que vea. Ni que el maldito pollero me negara dos miserables huesos. La vida es difícil para todos, no solo para mí, es lo que me consuela y pienso que tarde o temprano los demás seguirán mis pasos zigzagueantes y pronunciados, para mí ya terminó todo. Este ir y venir, subir y bajar me tiene ya sin cuidado. El camino un día termina para todos, pára mí termina justo en frente de esta máquina enorme que se acerca, imponente, como el jinete del día del juicio, y voy hacia ella con la frente en alto, como lo hizo mi padre contra las gotas, y como lo hacemos todos nosotros, hasta siempre”.

Y así es como, después de ese largo pensar aquella criatura se lanzó con todas sus fuerzas, y el microbús no pudo detener su marcha, impactó a aquel perro y no se detuvo. Mientras avanza el colectivo miro hacia atrás y pienso “¿De verdad dijo todo eso el animal?, maldita medicina, ya hasta los perros hablan”.

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