domingo, septiembre 28, 2008

Viniste un dìa de quièn sabe dònde. En tu rubia inconciencia caìste en un lunes en el que yo, lleno de miedo en la mochila, descubrìa un mundo que no era mìo, ni tuyo ni de nadie. De algùn modo terminamos irremediablemente juntos y se te ocurriò la pasajera idea de que tal vez, un dìa, quizàs. Y yo parado en tantas arenas movedizas no me percatè de nada, y tù sì, y luego quièn sabe còmo terminamos como terminamos , si es que alguna vez comenzamos algo. El duelo no doliò con demasìa, y el tiempo pasò afanoso con tus ideas y las mìas. Un dìa tomaste el gis màs gris y me pintaste un cielo ingrato, taciturno. Y cuando yo querìa quererte querer, tù ya estabas donde no podrìa encontrarte.

Y luego aparecieron ustedes, con su calidez y esa forma de hacerme sentir menos extraño. Y entonces las voces de micos de dentro encontraron casa, y refugio, y quizàs una cena sencilla pero afectuosa. Y sin querer se hicieron y desdijeron y pelearon y fragmentaron el orden sutil en que creìan. Estaba yo ya en la azotea cuando se desmoronò su fundaciòn, y entonces no me doliò nada, salvo la muela màs lejana.

1 comentario:

Rax dijo...

holi hola! un abrazote
(sí, ha pasado tiempo desde el depto de Puebla, cuando primo era pequeñín, pero ahí vamos yendo, ¿no?)