martes, julio 07, 2009


El concurso de mayo del blog de mi maestro y amigo Alberto Chimal (www.lashistorias.com.mx) tenía la presente imagen como detonante de microhistorias. Para no hacer larga la explicación, escribí la siguiente historia y fui uno de los felices ganadores del mes. Transcribo el texto. Echo de menos este blog. No prometo nada, pero haré el intento por rescatarlo, de nuevo.


¡No eran los lobos, idiotas! Repetía cada vez más frenético el Doctor Frintz mientras dejaba caer de su escritorio hojas y hojas de historias de cannis lupus, de registros de licántropos, de recortes periodísticos viejos sobre transformaciones nahuales. “¡lobos, lobos, nunca fueron los lobos!, y tanto tiempo nos empeñamos en encerrarlos en zoológicos, prisiones. Fuimos por ellos a los montes y los cazamos veranos enteros al escucharlos aullar. ¡Y nunca fueron los lobos!” gritaba delirante Frintz arreglándose los anteojos al tiempo que reía con una risa cada vez más nerviosa. “Y a los que quedaron les sacamso los ojos para que no pudiesen ver la Luna, y les sacamos las cuerdas vocales para callar para siempre esos aullidos infernales. ¡y no eran los lobos!” se sacudía la bata del pecho hacia abajo como un tic paranoico. Daba vueltas por el deprimente y sombrío laboratorio en el viejo centro de Berlín. “¡y eran ellos los únicos que podían ayudar, idiotas, idiotas, Estamos condenados!” sale del cuarto bajo la lluvia y camina apresuradamente sin rumbo, zigzagueante, manoteando al aire, como queriendo explicarse con fórmulas imaginarias, como queriendo forjarse una prisión de cristal bajo la lluvia de las calles, Sigue balbuceando, cada vez más rápido, las gotas tapizan sus anteojos, pasa en el centro de todos y cada uno de los charcos, tropieza con una alcantarilla y cae de rodillas. Se levanta, como si su humanidad de más de setenta años fuese de goma, avienta para atrás con un ademán agresivo su cabello grisáceo ahora empapado. Llega a la esquina, gritoneando, haciendo pedazos el aire y las gotas con las manos, fuera de sí, loco, irremediablemente loco. Se recarga, exhausto, con la respiración entrecortada, tosiendo, en el muro de la esquina, se encorva mientras respira y, al volver la vista al frente detiene los gritos, los ademanes, la respiración y hasta las gotas que cruzaban frente a sus ojos. Lo detuvo todo un segundo al tiempo que escupió con un tono agrio, rasposo y fúnebre “no eran los lobos”. Al tiempo que la Luna llena iluminaba su rostro arrugado y descompuesto en la otra esquina la luz de un farol iluminaba otros rostros, peludos, con ojos negros, infinitamente negros. Cuando cruzaron miradas esos ojos con los del viejo, muerto de miedo, Frintz, pronunció casi silbando, con su último aliento “eran las ratas”.

1 comentario:

drneon dijo...

Impecable y contundente como siempre mi hermano. Una verdadera delicia de cuento con el característico humor negro de su autor.

Mi admiración y gratitud eterna mi hermano.