Llega un momento en la vida de todo ser vivo en que los ánimos no dan para otras vacaciones. Los cabellos que quedan en pie son cada vez más tiesos y reacios. La piel, a medida que el tiempo transcurre, se asemeja al material de las paredes y se afloja formando surcos como mares imprecisos. Cuando los pasos le son más difíciles -a todo ser vivo-, los dioses le hacen un último regalo antes de viajar a otros mundos y otros infiernos. Tras el último y más avejentado paso, el hombre y el ser y la bestia y la sombra flotan, agitando sus piernas como subiendo escaleras de humo translúcido. Entonces todos ascienden graciosos cual globo euclidiano y se funden en el silencio de la estratósfera filosa, donde van a parar los sueños y la carne levemente inflada de los seres viejos y vivos.
(Elucubrado en la bitácora de Alberto Chimal)
(Elucubrado en la bitácora de Alberto Chimal)
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